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martes, junio 02, 2009

Opinión - Jorge Gómez Naredo

En eso pienso

Para HRAG

en estos días de inefable desierto

Jorge Gómez Naredo

jgnaredo@hotmail.com

Estoy en un café. Desde aquí escribo estas líneas. Observo arriba y abajo, a la izquierda y a la derecha. Mi mirada no se clava en ningún lugar: va de aquí para allá, se mueve, vertiginosamente se mueve. ¿En qué pienso? Muchas reflexiones vienen a mi mente. Pero todas sin orden ni concierto: en multitud, tumultuosas. Por ejemplo, pienso en la democracia, en eso que los de arriba dicen es la democracia: campañas electorales, propaganda en radio, televisión y prensa, reparto de volantes, actos públicos, pega de calcomanías, propuestas reducidas a dos párrafos, elecciones, veinte minutos de espera, pararse frente a una boleta electoral, decir “éste sí, éste no”, salir con el dedo pintado, regresar a la casa y olvidarse de participar durante tres largo años.

En eso pienso. Y pienso también en la poesía. En Mario Benedetti que se nos perdió a todos los habitantes de América Latina. Pienso en versos, por ejemplo: “Tengo una soledad / tan concurrida / tan llena de nostalgias / y de rostros de vos / de adioses hace tiempo / y besos bienvenidos / de primeras de cambio / y de último vagón”. Pienso que las palabras son bellas, que con ellas se puede amar, herir y también matar. Pienso en las verdades de las palabras y en las mentiras de las palabras, en su exacto acomodo, en un verbo que se acongoja y un sujeto que no se cansa de decir silencio.

En eso pienso. Y pienso también en mi ciudad: llena de caos, de autos a gran velocidad, de gente caminando sin sueños y sueños volando sin gente. De las lágrimas de muchos, de las felicidades de pocos. Pienso en los ciclistas comprometidos y en los automovilistas asesinos, en las diferencias: “de la calzada para allá y de la calzada para acá”, en el racismo y la discriminación de las plazas comerciales, en los grandes pasos a desnivel y los puentes y las vías rápidas y la mayoría de los tapatíos que no tiene auto. Pienso en los silencios, tan difíciles de nacer en las calles. Y en el ruido. Mucho ruido, demasiado ruido.

En eso pienso. Y pienso también en el amor: ¿Por qué no nos amamos? Estamos enfermos de odio. Odio al otro, al diferente. Odio mezclado con necesidad de tener más, de poseer más, de amasar más y más fortuna. ¿Por qué el amor no nos hace una sociedad justa?, ¿por qué el amor no nos da un mundo mejor?, ¿por qué amamos tan poco y odiamos tanto?, ¿por qué somos indiferentes ante el que sufre, el que no come, el que pierde su trabajo? Sí, necesitamos curarnos del odio. Y ejercer el amor. Pero no el amor de luces y estrellas y poemas tiernos y melosos. Sino el amor al otro, al pobre, al humilde, el amor solidario. Si pudiéramos tener más amor y menos odio, viviríamos mejor.

En eso pienso. Y pienso también en mis palabras que caducaron. En mis sueños que dejaron de ser míos. En los silencios que se hicieron permanentes. En las frases que se callaron. En las esperanzas que se destruyeron. En las ilusiones que comenzaron a sangrar y, ayer, hace unos días, las fui a enterrar. Pienso en los fracasos de uno y en los fracasos de todos. En el obrero que ya no tiene empleo. En la mamá que perdió a su hijo por falta de atención médica. En la trabajadora despedida después de varios años de laborar en la misma empresa. Pienso en las injusticias. No puedo dejar de pensar en ellas. Porque las injusticias duelen. No a todos. Pero a mí me duelen. Y me duelen mucho.

En eso pienso. Y pienso también en el futuro de nosotros, el futuro colectivo: ¿acaso tenemos futuro como nación?, ¿o México se irá al despeñadero si sigue Felipe Calderón como presidente?, ¿hacia dónde nos dirigimos con nuevas deudas, desempleo galopante, instituciones corruptas y políticos cínicos y sin asomo de preocupación? Pienso en los niños y los jóvenes con pocas esperanzas de una vida mejor, de una vida digna. Pienso en los ancianos sin asistencia médica. Pienso en los adultos frustrados.

Pienso en muchas cosas. Las reflexiones me vienen sin orden ni concierto. Y me detengo. Es suficiente. Prefiero mejor abrir un libro de Benedetti y leer: “De un tiempo a esta parte / el infinito / se ha encogido / peligrosamente”.

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