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martes, febrero 26, 2008

Insuficiencia renal, leucemia, cáncer y asma, afectaciones de vecinos de El Muey

La colonia, a menos de 150 metros del río Santiago, otro foco rojo en esa zona

Cerca de 20 niños de entre 4 y 7 años padecen hongos en manos, párpados y rodillas

Uno de los niños que viven en El Muey Foto: MAURICIO FERRER

MAURICIO FERRER


Unos le dicen El Muey y otros El Muelle. Se trata de una colonia, de calles empedradas, casas de ladrillo y una cercanía de no más de 150 metros al río Santiago. Es otro foco rojo de salud, donde unos 20 niños tienen hongos: en las manos, en los párpados, en el abdomen, en las rodillas. Sobre todo en las rodillas, sobre las que se apoyan para jugar. Aunque no juegan en el río que pasa atrás de sus hogares.

Para llegar a El Muey se sigue la misma carretera que en estos días algunos reporteros han recorrido luego de la muerte del niño de ocho años, Miguel Angel López Rocha, quien cayó al río en enero pasado y falleció debido a una intoxicación por arsénico el 13 de febrero: la carretera a Chapala, se pasa el aeropuerto, se toma una curva y aparece El Salto. La bienvenida a El Salto la dan empresas como Allen, Urrea y otras más. Antes de llegar a Bonito Jalisco, donde vivía Miguel Angel, hay un pequeño letrero hecho a mano que dice El Muelle. Al dar vuelta a la derecha, la estrecha calle Morelos levanta polvo al andar de las llantas de un vehículo. Y al bajar del auto, un olor apestoso entra hasta el tuétano.


Esperanza y Raquel Rodríguez, dos hermanas originarias de Sahuayo, Michoacán, reúnen a la gente. Son las representantes de los colonos. Las que siempre hablan con Joel (González Díaz), el presidente municipal priísta de El Salto. Las que siempre le dicen: “ya ni chingas Joel” con este asunto de la contaminación en la colonia donde viven unos 500 niños.

Niños de 5, 6, 7, en la etapa entre la niñez y la adolescencia. Niños en los que retumban las flemas de sus pulmones, en los que la insuficiencia renal existe más que en uno y en donde las bacterias han encontrado un terreno para la proliferación de hongos dermatológicos.

Temprano, como a las 7 de la mañana, en El Muey huele a “ajo, huevo podrido, a perro muerto”, a miles de cosas que describen los habitantes. Tarde, como a las 7 de la noche, apesta a “ajo, huevo podrido, perro muerto y suenan las explosiones de las fábricas”, también dicen los mueyenses.

Sara es una niña de cuatro años que corre normal, ríe normal, salta normal pero que tiene una insuficiencia renal, la misma que le aseguraron los doctores del Seguro Social de El Salto a Eva, su madre, “le ocasionará cáncer a los 15 años”. La de Sara no es la única insuficiencia renal. Por lo menos, tres niños más, cercanos a la casa de Sara, tienen el padecimiento. Y eso que en la familia materna y paterna de la pequeña no existen antecedentes de este tipo.

Cada día, Sara se tiene que tomar un coctel de 10 medicamentos para poder reír, jugar, saltar y correr como normalmente lo hace un niño, aunque a ella ya le aseguraron un cáncer cuando cumpla los 15.

“Los especialistas nunca me dijeron nada, pero los residentes me preguntaban si vivía cerca de un lugar contaminado”, dice Eva, la madre de la niña.

“No sabíamos qué tan contaminado estaba el río”, asegura la madre, mientras se apura para ir a Guadalajara, a la ciudad a la que asiste, cuando su hija se pone grave, unas dos veces por semana y gasta, tan sólo en transporte, 200 pesos.

Omar es otro niño que agacha la cabeza cuando tiene que enseñar su cuerpo. Los hongos le han salido en los brazos, en la cara, en la panza, en las rodillas. Igual a El Grillo, otro niño que presenta un hongo que a simple vista parece vitiligo. No lo es. Nadie en su familia lo ha presentado. Además, otros tres niños de su cuadra lo padecen y a todos se les ha dado tratamiento y se les ha ido quitando. Eso no pasa con el vitiligo.

Insuficiencia renal, leucemia, cáncer, asma, hongos, son las afectaciones que padecen los que viven en El Muey. Eso lo aseguran ellos mismos, ellos presentan los expedientes que les han hecho los médicos del Hospital Civil, del Centro Médico, privados, de donde sea.

“Una vez azotó el padre del templo, estaba en misa y azotó, igual pasó con el maestro Gabriel”, comenta Guillermina, una anciana mujer que desde los 14 años vive en ese sitio del mundo. Con más de 60, recuerda que en el río se metían a bañar, que pescaban, que se reunían en torno a él, que un viejito le daba unas “carpotas así de grandes” mientras trata de encajar los centímetros del pescado entre dos puntos en el aire que hace con sus manos.

Ya no, el río huele a… “ajo, huevo podrido, perro muerto”. La nariz, para un asmático se vuelve lo peor en ese lugar de Jalisco. Aguas negras desembocan por unos tubos enormes. Desechos orgánicos flotan en el líquido. Aguas negras, de un color y un olor a fierro. La misma agua de la que se echa un “buche” el coordinador de Cámaras Industriales de Jalisco, José Luis Gutiérrez Treviño. Nada más de pararse en ese sitio, los mareos son una realidad, no un cuento de los habitantes. Los dolores de cabeza son un pequeño enfado que se va acrecentando. Y las ganas de vomitar son impredecibles.

A unos metros del río vive Ramona, una mujer a la que un día, de repente, le dio una neumonía. No fumaba, no tomaba. Así, nada más porque sí, le dio la neumonía y los traslados al hospital fueron repetitivos, y el gasto de mil pesos por cada tanque de oxígeno le fueron acabando el bolsillo.

¿Por qué no se va de ahí? Le ha preguntado mucha gente a Ramona y a los habitantes de El Muey.

“Porque aquí vivimos”, responde la mujer.

Los de El Muey ya estaban ahí cuando el río era otro, las empresas llegaron después.

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