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viernes, agosto 24, 2007

Opinión - Roberto Castelan

Tubular

Publico

Por extraño que parezca, el ejercicio de la política tubular confirma el avance de la modernidad en las formas de sociabilización de la política.

Hablar de proyectos y de temas trascendentes para la vida social de una ciudad, un estado o un país, mientras una Venus se desliza por un tubo al compás de los ritmos musicales del momento, transforma el espacio dedicado al hedonismo y extiende las posibilidades del espacio público.

La política moderna nació en los salones, transformados en tertulias por los modernos ilustrados españoles. La discusión de temas y proyectos necesitaba un espacio acogedor, no intimidante, relajante, en el que, desinhibidos por las copas de buenos licores, los tertulianos exponían sus ideas, incluso aquellas que en otro espacio podrían ser consideradas como sediciosas o impías.

Si bien la presencia de sacerdotes y hombres de profunda religiosidad era constante, sus ideas reforzaban la creación de espacios seculares, que eran considerados necesarios para el desarrollo de las nuevas formas de hacer política.

Atendidos por damas de alta sociedad y conocidos por sus nada discretas prácticas sexuales que definieron la cultura erótica de los siglos XVIII y XIX, los salones y las tertulias fueron espacios de lo masculino, a pesar, como se sabe por historias y anécdotas, que algunas mujeres tuvieron contribuciones notables.

Sin embargo, por lo general la mujer formaba parte de una presencia necesaria, pero ajena a los grandes temas. Dedicadas al servicio de las copas y los platillos que degustaban con voracidad o fineza los tertulianos, las mujeres fueron convertidas también en objeto de disputas sexuales, cuyo objetivo era reafirmar o reclamar la hegemonía de un poder que no sólo se manifestaba en los bienes materiales y riquezas, sino que también se expresaba en la alcoba.

Por el contrario, el ejercicio de la política bíblica significa un tremendo retroceso para la búsqueda de espacios seculares de la política moderna. En estas reuniones de falsas poses piadosas, de necesidad de externar valores privados como virtudes públicas, prevalece la intención de acortar el espacio público en beneficio de las creencias religiosas de unos cuantos.

Intentar reducir el espacio público significa evitar el crecimiento del individuo como ciudadano, como el sujeto normativo capaz de decidir —sin la intervención de valores proclamados por los clérigos como únicos e universales— lo que considere más conveniente para su futuro como sociedad.

De acuerdo con la luz de la historia, el salón primero y el burdel después, contribuyen más a la modernidad política que la Iglesia convertida en gobierno.


rcastela@cencar.udg.mx, rcastelan@milenio.com

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