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martes, mayo 22, 2007

El dolor y la muerte

Elena Poniatowska*

Hace ya siglos que América Latina tiene una relación especial con el dolor. Durante la Conquista, los españoles obligaron a la población autóctona a renunciar a sus antiguos dioses. Los conquistadores violaron brutalmente la cultura azteca y eliminaron sus creencias. A cambio, ofrecieron un Dios de la pobreza, del dolor y del sacrificio. Desde varios puntos de vista, este proceso fue muy doloroso para los naturales, ya que sus deidades habían sido el símbolo de la fuerza y el poder. De ahí que los mexicanos hayan desarrollado un vínculo singular con el dolor derivad de la pérdida de un ser querido y la muerte en general.

La muerte está muy presenta en la vida de los mexicanos, sencillamente forma parte de ella, se acepta y se bendice. Se le trata como a un camarada. Cuando, en nuestro país, alguien fallece en el círculo familiar, se trata a los muertos con el máximo respeto. Se instala la capilla ardiente en una habitación; la familia y los amigos no se separan de su lado, ni de noche ni de día. De esta manera, se despiden lentamente y comparten su dolor por la pérdida. Así, la muerte también se inserta en la cotidianidad.

El día de los difuntos, en su honor se organizan comidas en el cementerio, junto a las tumbas de los seres queridos fallecidos. Los que ya dejaron esta vida son venerados con canciones, cempasúchil, tequila y música. Nosotros, los mexicanos, creemos que se debe despedir a los muertos con la misma alegría con la que Dios los mandó a la Tierra; si no, les quitamos la gloria.

El hambre, la pobreza, el sufrimiento siempre han sido motivos del arte. Los artistas que viven en un país del tercer mundo, afectado por continuas crisis, se centran más en este tema que los que pertenecen a una sociedad rica, donde no falta nada. Todas las naciones pobres tienen arte popular porque las artesanías surgen de las manos de los más desafortunados.

El dolor psíquico es más difícil de sobrellevar que el corporal, ya que es incomunicable. No se comparte con nadie. Cualquier dolor relacionado con el espíritu o el alma sólo se cura con el tiempo. ¿Hasta qué punto puede imaginarse otra persona lo que estoy sufriendo por dentro?

El dolor físico es más fácil de soportar si se comparte con los demás. Los heridos que se hallan en la misma sala de hospital, pueden expresar su dolor, quejarse y encontrar consuelo en el apoyo mutuo. Por el contrario, el dolor psíquico está más escondido. No se puede ver, sólo se puede sentir. ¿Qué remedio universal puede existir para un dolor como éste?

La matanza ocurrida durante la manifestación estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, fue un suceso doloroso a nivel cultural y social para muchos estudiantes y padres de familia que conocieron no sólo la persecución y la muerte sino a un gobierno que intentó encubrir la masacre. Lo mismo sucedió durante el terremoto que sacudió a la ciudad de México el 19 de septiembre de 1985.

Ambos acontecimientos ocasionaron mucho dolor. Sus repercusiones todavía están a la vista. Los más pobres de la sociedad, la carne de cañón de siempre, padecieron el infierno.

A menudo, la persona que está sufriendo tiene la necesidad de responsabilizar a otro de su destino. Con frecuencia, en América Latina e pueblo tiene todo el derecho a ello. A los gobiernos no les importan los pobres. Cuando el terremoto estremeció a México en 1985, sus consecuencias y las medidas que se tomaron para remediarlas fueron un auténtico escándalo.

Los edificios de instituciones sociales se doblaron como si fueran castillos de naipes porque se había empleado un material de construcción de muy baja calidad. Los constructores y las empresas gubernamentales ahorraron en los materiales utilizados en los inmuebles y son ellos y los políticos corruptos, los responsables de la caída de edificaciones que jamás debieron desplomarse como los hospitales, las maternidades, los juzgados, etcétera.

Un sinnúmero de niños quedaron sepultados en las maternidades. Milagrosamente, algunos de ellos pudieron sobrevivir gracias a que estaban acostumbrados a la falta de luz del vientre materno y siguieron protegidos por sus madres, pero también hubo otros casos como el del bebé estrangulado por su madre, que perdió la esperanza y decidió evitarle una muerte lenta y cruel, al encontrase los dos en una situación sin salida, enterrados bajo toneladas de escombros. Estas escenas están muy presentes en la memoria colectiva de los mexicanos. Es tan importante el sentimiento de alegría por los que se salvaron, como el de la pena por los fallecidos.

En el caso del dolor psíquico no es imprescindible buscar consuelo en el arte o en una obra en concreto. Compartir ese dolor puede ser igual de beneficioso. Otro medio es el tiempo, que cura (casi) todas las heridas.

Cuando mi madre perdió a su hijo menor, mi hermano, a la edad de 21 años, lo que más le ayudó fue concentrarse en la naturaleza. Comentó que le tranquilizaba observar el paisaje: el sol, las nubes, los árboles, las colinas, las flores. La calmaba, así como, supongo, también le sirvió hablar con sacerdotes y con otras personas que habían vivido experiencias similares.

En la pintura hay muchos ejemplos de sufrimiento. Para nombrar algunos, los autorretratos del pintor holandés Rembrandt (1606-1669) son una buena muestra de lo que la vida le hace a un ser humano. Sus primeros autorretratos reflejan a un hombre marcado por los avatares de la existencia y muy desmejorado. Es un dolor muy silencioso el que contienen estos cuadros.

La artista mexicana Frida Kahlo (1910-1954) pregona el dolor en sus obras. Fue operada 37 veces después del terrible accidente que dejó su columna vertebral deshecha. Hay varios cuadros que denotan su dolor físico. En La Columna Rota (1944) se observa su columna rota en mil pedazos y remendada con clavos, como si fuera una columna dórica. En La Venadita (1946) se representa a sí misma como un venado que ha sido alcanzado por numerosas flechas y debe seguir su camino aun sangrando. Revela su propio dolor, que cualquiera puede imaginar perfectamente.

Tampoco hay que olvidar al escritor mexicano Juan Rulfo (1918-1986), quien a lo largo de su obra analizó una y otra vez el tema del dolor y la muerte. Rulfo es un fenómeno extraordinario de la historia de la literatura, sus libros hablan de la realidad social de México, la Revolución, los pueblos abandonados, secos, polvorientos y hundidos en la desesperación. Mediante un lenguaje si artificios consigue da una imagen estremecedora de la soledad humana, que no deja indiferente a nadie. Me parece que Pedro Páramo (1955) es una de las mejores novelas latinoamericanas, ya que en ella tienen cabida la desesperación y la muerte, la duda y, sobre todo, un silencio inquietante. En dicha obra la realidad es una mezcla lúgubre de ilusión y mirada ciega y representa un silencio convertido en literatura, es la confirmación de una pesadilla, una expedición al reino de los muertos vivientes.

En siglos anteriores se tenía un concepto diferente del dolor. Los cuadros religiosos de la Edad Media despiertan el sentimiento de pena de los observadores. En tales manifestaciones de arte se muestran las lágrimas de la resignación y el desamparo, se acepta el dolor como algo inevitable. Sin él, la vida carecía de sentido.

Los artistas de la era moderna intentaron rebelarse contra esa concepción del dolor. Los expresionistas alemanes como Max Beckmann (1884-1950) se alzaron contra el sufrimiento, postura que provocó gran escándalo. Los artistas ya no querían centrarse en el dolor, pero tampoco querían suprimir o renunciar a ellos mismos. Se resistían a la opinión generalizada de que el dolor se tenía que aceptar.

El arte del noruego Edvard Munich (1863-1944) relaciona el dolor con al ira. Su famoso cuadro El Grito (1893) muestra un rechazo desesperado al dolor y le da una cara inconfundible. La artista alemana Käthe Kollwitz (1867-1945), una de las grandes grabadoras de todos los tiempos, también mostraba el dolor en sus pinturas. En sus grabados, dibujos y otras obras supo expresar la aflicción y el sufrimiento, de tal forma que consiguió superar su dolor, su ira y su desamparo frente a la muerte.

Siento que es un gran consuelo que en la cultura mexicana exista la creencia de que los muertos están todavía entre nosotros. Mi madre murió hace dos años. Sin embargo, tengo la sensación de que sigue a mi lado. Cada día hablo con ella, la siento a mi lado y eso me reconforta. A cada rato digo: “mamá”. Así puedo hacer frente al dolor que supone su pérdida y aprender a sobrellevarlo.

*Texto publicado en la revista Dolor, Clínica y Terapia en mayo de 2003. A propósito del tema del dolor, la próxima semana, del 28 de mayo al 2 de junio, iniciará en el Auditorio Núm. 1 del Centro Médico Nacional Siglo XXI, el Primer Congreso Nacional de Médicos Mexicanos. La inscripción es gratuita. Para mayores informes comunicarse a los teléfonos: (01-55) 2455-4676, 01-800-087-12-96 y 044-55-1948-0274.

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