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domingo, abril 29, 2007

Opinión - Jorge Gómez Naredo

El Occidental, 29 de abril de 2007
El balompié como analgésico

Jorge Gómez Naredo

Las Chivas perdieron y no irán al Mundial de Clubes. En la glorieta de la Minerva cientos de personas lloraron y “vibraron” ante un partido más aburrido que entretenido. Decenas de cronistas de varios medios de comunicación jaliscienses (especialmente) y del país hicieron abultados textos para describir la “enjundia” y la “euforia” de los “chivas”, la no llegada del triunfo, la desesperación y –¡oh, vastedad de tristeza!–, la desilusión. Así dicen que fue: yo no estuve ahí.

Entre la multitud de cifras, las coincidencias suelen ser pocas: unos dicen que cinco mil, otros que tres mil. El caso es que los asistentes superaron los dos mil. Sí, dos mil personas en la Minerva viendo el partido de las Chivas contra el Pachuca. No está mal: el balompié es un deporte y es entretenimiento. Sin embargo, ¿por qué la gente se interesa más en estas “batallas” deportivas y no, por ejemplo, en la incapacidad diaria de las autoridades federales encabezadas por Felipe Calderón? ¿Por qué una mayoría sabe quién es Omar Bravo y, una mayoría también, desconoce el nombre del alcalde municipal de Guadalajara y sus acciones represoras hacia vendedores ambulantes?

No cabe duda que la población precisa esparcimiento y ocio. Desde la sociología y desde la historia se han hecho interesantes análisis al respecto. El tudesco Norbert Elias (uno de los sociólogos más importantes de la segunda mitad del siglo XX) y el inglés Eric Dunning, realizaron un sugestivo trabajo intitulado Deporte y ocio en el proceso de la civilización, en el cual fundamentan que algunos deportes y varios espectáculos son un espacio donde el autocontrol y la estricta vigilancia aminoran: los candados morales cotidianos tienden a desaparecer. Quizá sea esta concepción del deporte una de las más seductoras que se han hecho hasta nuestros días.

Sin embargo, en México (y en muchas otras naciones del orbe), el deporte comercializado, es decir, el económica y conscientemente inducido y promovido, funge como un control férreo hacia la sociedad para que no piense, actúe ni reflexione sobre lo que sucede a su alrededor. Además, la energía de muchas personas, en lugar de ser puesta en el mejoramiento del país y en la lucha social en contra del poder, es desaprovechada. El mundo del negocio del fútbol observa a las mayorías solamente como espectadores, como objetos sin capacidad de decisión, como consumidores compulsivos.

Ejemplos tenemos muchos y cercanos. El miércoles pasado, mientras en la Minerva se juntaron (unos dicen que cinco mil, otros que tres mil) más de dos mil personas a ver el partido entre las Chivas y el Pachuca, la situación política mexicana continuaba igual: viniéndose abajo, con corrupción, narcotráfico desbordado, un presidente sin legitimidad que no sabe, no quiere y no puede gobernar, un gobernador estatal panista que sueña con alianzas en las cuales deja de lado lo más importante: la sociedad, y se enfoca simple y llanamente a juntar a las cúpulas. Pero nada vale, nada importa si veintidós jugadores pelean por un esférico.

El problema no es que exista un espectáculo (que mueve millones de dólares al mes) como el fútbol y que aleje a las personas de sus realidades política y social; quizá sea bueno en dosis moderadas. El verdadero problema es que sea este espectáculo el único aliciente de millones de personas en el mundo y en México. La televisión, junto al balompié, han fungido como calmantes, como analgésicos ante las injusticias y ante la pobreza que todos los días se vive y a la cual, tristemente, se nos acostumbra. Se distancia a la población de la información crítica y, por ende, se les convierte, muchas veces, en seres dóciles, incapaces de manifestarse y de exigir sus derechos. Es ahí donde se ubica el verdadero problema. Pero mientras no exista una respuesta de la sociedad ante las aberrantes injusticias, mientras no se luche por mayor justicia y más igualdad, las televisoras, los poderes fácticos y quienes explotan al pueblo, seguirán felices: su mano de obra estará domesticada, será sumisa, obediente y fácil de manipular. No darán pan, pero sí mucho circo.

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