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viernes, marzo 30, 2007

"Diez momentos de la Revolución Mexicana", por Eduardo Galeano.

"...la única manera para que la historia no se repita es manteniéndola viva".
"La realidad es cuando se parece a lo que vemos y ahí es cuando delira y se expresa en sueños y pesadillas. Yo seguiré enamorado y escribiendo sobre ella mientras me sienta vivo"
Eduardo Galeano.


1.-
1910
Ciudad de México
El Centenario y el dictador.
En el apogeo de las celebraciones del Centenario, don Porfirio inaugura un manicomio. Poco después, coloca la primera piedra de una nueva cárcel.
Condecorado hasta en la barriga, su emplumada cabeza reina allá en lo alto de una nube de sombreros de copa y cascos imperiales. Sus cortesanos, reumáticos ancianos de levita y polainas y flor en el ojal, bailan al ritmo de Viva mi desgracia, el vals de moda. Una orquesta de ciento cincuenta músicos toca bajo treinta mil estrellas eléctricas en el gran salón del Palacio Nacional.
Un mes entero duran los festejos. Don Porfirio, ocho veces reelegido por él mismo, aprovecha uno de estos históricos bailes para anunciar que ya se vienen su noveno período presidencial. Al mismo tiempo, confirma la concesión del cobre, el petróleo y la tierra a Morgan, Guggenheim, Rockefeller y Hearst por noventa y nueve años. Lleva mas de treinta años el dictador, inmóvil, sordo, administrando el más vasto territorio tropical de los Estados Unidos.
Una de estas noches, en plena farra patriótica, el cometa Halley irrumpe en el cielo. Cunde el pánico. La prensa anuncia que el cometa meterá la cola en México y que se vienen el incendio general.

2.-
1911

Anenecuilco
Zapata
Nació jinete, arriero y domador. Cabalga deslizándose, navegando a caballo las praderas, cuidadoso de no importunar el hondo sueño de la tierra. Emiliano Zapata es hombre de silencios. Él dice callando.
Los campesinos de Anenecuilco, su aldea, casitas de adobe y palma salpicadas en la colina, han hecho jefe a Zapata y le han entregado los papeles del tiempo de los virreyes, para que él sepa guardarlos y defenderlos. Ese manojo de documentos prueba que esta comunidad, aquí arraigada desde siempre, no es intrusa en su tierra.
La comunidad de Anenecuilco esta estrangulada, como todas las demás comunidades de la región mexicana de Morelos. Cada vez hay menos islas de maíz en el océano del azúcar. De la aldea de Tequesquitengo, condenada a morir porque sus indios libres se negaban a convertirse en peones de cuadrilla, no queda más que la cruz de la torre de la iglesia. Las inmensas plantaciones embisten tragando tierras, aguas y bosques. No dejan sitio ni para enterrar a los muertos:
- Si quieren sembrar, siembren en macetas.
Matones y leguleyos se ocupan del despojo, mientras los devoradores de comunidades escuchan conciertos en sus jardines y crían caballos de polo y perros de exposición.
Zapata, caudillo de los lugareños avasallados, entierra los títulos virreinales bajo el piso de la iglesia de Anenecuilco y se lanza a la pelea. Su tropa de indios, bien plantada, bien montada, mal armada, crece al andar.

3.-
1911
Ciudad de México
Madero

Mientras Zapata desencadena la insurrección en el sur, todo el norte de México se levanta en torno a Francisco Madero. Al cabo de más de treinta años de trono continuo, Porfirio Díaz se desploma en un par de meses.
Madero, el nuevo presidente, es virtuosos hijo de la Constitución liberal. Él quiere salvar a México por la vía de la reforma jurídica. Zapata exige la reforma agraria. Ante el clamor de los campesinos, los nuevos diputados prometen estudiarles la miseria.

4.-
1911
Campos de Chihuahua
Pancho Villa

De todos los jefes norteños que han llevado a Madero a la presidencia de México, Pancho Villa es el más querido y queredor.
Le gusta casarse y lo hace a cada rato. Con una pistola en la nuca, no hay cura que se niegue ni muchacha que se resista. También le gusta bailar el son tapatío al compás de la marimba y meterse al tiroteo. Como lluvia en el sombrero le rebotan muy temprano:
- Para mi la guerra empezó cuando nací.
Era casi un niño cuando vengó a la hermana. De la muchas muertes que debe, la primera fue de patrón; y tuvo que hacerse cuatrero.
Había nacido llamándose Doroteo Arango. Pancho Villa era otro, un compañero de banda, un amigo, el más querido: cuando los guardias rurales mataron a Pancho Villa, Doroteo Arngo le recogió el nombre y se lo quedó. Él pasó a llamarse Pancho Villa, contra la muerte y el olvido, para que su amigo siguiera siendo.

5.-
1912
Ciudad de México
Huerta
Huerta tiene cara de muerto maligno. Los lentes negros, fulgurantes, son lo único vivo de su cara.Veterano guardaespaldas de Porfirio Díaz, Victoriano Huerta se convirtió súbitamente a la Democracia el día en que la dictadura cayó. Ahora es el brazo derecho del presidente Madero, y se ha lanzado a la cacería de revolucionarios. Al norte atrapa a Pancho Villa y al sur a Gildardo Magaña, lugarteniente de Zapata, y ya los da por fusilados, ya está el pelotón acariciando los gatillos, cuando el perdón del presidente interrumpe la ceremonia:
- Vino la muerte a buscarme -suspira Villa-, pero se equivocó de hora.
Los dos resucitados van a parar a una misma celda en la prisión de Tlaltelolco. Conversando pasan los días y los meses. Magaña habla de Zapata y de su plan de reforma agraria y del presidente Madero, que se hace el sordo porque quiere quedar bien con los campesinos y con los terratenientes, montando en dos caballos a la vez.
Un pequeño pizarrón y un par de libros llegan a la celda. Pancho Villa sabe leer personas, pero no letras. Magaña le enseña; y juntos van entrando, palabra por palabra, estocada tras estocada, en los castillos de Los tres mosqueteros. Después emprenden viaje por Don Quijote de La Mancha, locos caminos de la vieja España; y Pancho Villa, feroz guerrero del desierto, acaricia las páginas con mano de amante, Magaña le cuenta:
- Este libro...¿Sabés? Lo escribió un preso. Uno como nosotros.

6.-
1913
Ciudad de México
Una soga de dieciocho centavos

El presidente Madero aplica un impuesto, un impuestito, a las jamás tocadas empresas petroleras, y el embajador norteamericano, Henry Lane Wilson, amenaza con la invasión. Anuncia el embajador que varios barcos de guerra avanzan sobre los puertos de México, mientras el general Huerta se subleva y embiste a cañonazos contra el Palacio Nacional.
El destino de Madero se discute en el Salón de Fumar de la embajada de los Estados Unidos. Se resuelve aplicarle la ley fuga. Lo suben a un auto y al rato le ordenan bajar y lo acribillan en la calle.
El general Huerta, nuevo presidente, acude a un banquete en el Jockey Club. Allí anuncia que tiene un buen remedio, una soga de dieciocho centavos, para acabar con Emiliano Zapata y Pancho Villa y los demás enemigos del orden.

7.-
1913
Jonacatepec
El sur de México se crece en el castigo

Los oficiales de Huerta, veteranos en el oficio de masacrar indios rebeldes, se proponen limpiar las comarcas del sur incendiando pueblos y cazando campesinos. Cae muerto o preso todo el que encuentran porque, ¿quién que en el sur sea no es de Zapata?
El ejército de Zapata anda hambriento y enfermo, desflecado, pero el jefe de los sin tierra sabe lo que quiere y su gente cree en lo que hace; y ni las quemas ni las levas pueden contra eso. Mientras los diarios de la capital informan que han sido destruidas por completo las hordas zapatista, Zapata vuela trenes, sorprende y aniquila guarniciones, ocupa pueblos, asalta ciudades y deambula a su antojo por montes y barrancas, peleando y amando como si nada.
Zapata duerme donde quiere y con la que quiere, pero entre todas prefiere a dos que son una.

8.-
1913
Zapata y ellas
Éramos gemelas. Las dos éramos Luces, por el día en que nos bautizamos, y las dos Gregorias por el día en que nacimos. A ella le decían Luz y a mi Gregoria y ya allí estábamos las dos señoritas en la casa cuando el zapatismo llegó. Y entonces el jefe Zapata empezó a convencer a mi hermana de que se fuera con él:
- Mira, vente.
Y un mero 15 de setiembre pasó allá y se la llevó.
Ya después, en esto de andar andando, murió mi hermana, en Huautla, de un mal que le nombran, ¿cómo le nombran?, San Vito, mal de San Vito. Tres días y tres noches estuvo allá el jefe Zapata sin comer ni beber nada.
Estábamos acabando de arder las ceritas a mi hermana y ay, ay, ay, que él me lleva a la fuerza. Dijo que yo le pertenecía porque éramos una mi hermana y yo...

9.-
1913
Campos de Chihuahua
El norte de México celebra guerra y fiesta

Cantan los gallos a la hora que quieren. Se ha puesto esta tierra loca y ardiente; y todo el mundo se alza.
-Ya nos vamos, mujer, nos vamos a la guerra.
-¿Y yo por qué?
-¿Quieres que en la guerra me muera de hambre? ¿Quién va a hacerme las tortillas?
Bandadas de zopilotes persiguen por llanos y montañas a los peones armados. Si la vida no vale nada, ¿cuánto vale la muerte?.
Como dados se echan los hombres a rodar, que se vino el alboroto, y rodando en el tiroteo encuentran venganza o encuentran olvido, tierrita de alimento y cobija.
-¡Viene Pancho Villa! -celebran los peones.
-¡Viene Pancho Villa! -se persignan los mayorales.
-¿Dónde, dónde está? -se pregunta el general Huerta, Huerta el usurpador.
-En el norte, sur, este y oeste; y también en ninguna parte -comprueba el comandante de la guarnición de Chihuahua.
Ante el enemigo, Pancho Villa es siempre el primero en arremeter, galopando hasta meterse en las humeantes bocas de los cañones. En plena batalla, ríe risas de caballo. Como pez fuera del agua le boquea el corazón.
-El general no es malo. Es emocionadito -explican sus oficiales.
Por emocionadito, y por pura alegría, a veces despazurra de un balazo al mensajero que llega a todo galope trayendo buenas noticias desde el frente.

10.-
1913
Culiacán
Las balas
Hay balas con imaginación, que se divierten afligiendo carne, descubre Martín Luis Guzmán. Él conocía las balas serias, que sirven al furor humano, pero no sabía de las balas que juegan con el humano dolor.
Por tener mala puntería y buena voluntad, el joven novelista Guzmán se convierte en director de uno de los hospitales de Pancho Villa. Los heridos se amontonan en la mugre sin más remedio que apretar los dientes, si tienen.
Recorriendo las salas repletas, Guzmán comprueba la inverosímil trayectoria de las balas fantaseadoras, capaces de vaciar un ojo dejando vivo el cuerpo o de meter un pedazo de oreja en la nuca y un pedazo de nuca en el pie, y asiste al siniestro goce de las balas que habiendo recibido orden de matar a un soldado, lo condenan a nunca más dormir o nunca más sentarse o nunca más comer con la boca.

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