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miércoles, enero 31, 2007

Opinión - Jorge Souza Jauffred

La Feria

Jornada Jalisco

Chávez y la recuperación de la soberanía venezolana

Comités bolivarianos: una puerta a nuevas oportunidades

Nadie habla bien de Hugo Chávez en México. O casi nadie. El estilo duro y cabezudo del presidente de Venezuela brinca de inmediato cuando se habla de política, de diplomacia o de concertación. Chávez no conoce para qué sirven los buenos modales; no sabe con qué se come la mesura. Esta forma de ser, esta fachada dura y bronca, ha sido ampliamente difundida y criticada por la televisión abierta de México (y de otros países). A la larga, la imagen del venezolano fue satanizada a tal grado que, cuando la cúpula empresarial mexicana y el PAN lanzaron sus más fieros ataques electorales contra Andrés Manuel López Obrador, compararon al mexicano con Hugo Chávez… y les funcionó: la gente se asustó.

Por todo eso, cuando alguien lanza una crítica contra Chávez, de inmediato alguien la secunda, y sólo en muy pocas ocasiones sale al frente una persona que defienda al ex militar venezolano. Sin embargo, algo debe tener Hugo Chávez, que muchos venezolanos se encuentran felices de tenerlo como mandatario, a tal grado que hace dos meses ganó ampliamente una nueva contienda electoral, para reelegirse como presidente por seis años más.

Y sí, Chávez ha transformado Venezuela como nadie. No es cuestión de palabras, de “demagogia”, como dicen sus opositores; Chávez ha tomado a Venezuela por los cuernos y la ha comenzado a ordenar siguiendo parámetros muy distintos a los que la rigieron durante largos años. En términos generales, ha convertido a su gobierno en un aparato que, a través de distintas leyes, ha dado vuelta al orden neoliberal que prevalecía en su país, en beneficio de los más pobres.

Una de las primeras acciones contundentes de Chávez le permitió recuperar la industria petrolera y, con ello, la posibilidad de manejar los ingresos del crudo en beneficio del país. La petrolera nacional PDVSA se encontraba en manos de una jerarquía de trabajadores petroleros que operaban como si la empresa fuera propia. Establecían ellos los compromisos con otros países (con trato privilegiado a Estados Unidos), vendían las fuentes de trabajo y concesionaban yacimientos a empresas privadas venezolanas y extranjeras, cuando lo consideraban oportuno.

Cuando Chávez intentó modificar el estatus de la empresa, el grupo que la controlaba la puso en paro, con las multimillonarias pérdidas consecuentes; más tarde dañó los sistemas de operación , la maquinaria y el equipo, para evitar que otros trabajadores la pudieran operar. Chávez, el “duro”, el intransigente, ni negoció ni se inmutó. Echó fuera a los dirigentes de la empresa y los sustituyó por técnicos con ideas afines a las suyas que, en este caso, significan que veían el petróleo como un bien que debía servir a todos los venezolanos. Uno de los capítulos finales de esta historia se ha escrito hace apenas unos días. El 1 de enero, Venezuela recuperó el control de 32 yacimientos que aún estaban concesionados.

Otro punto que provocó grandes reacciones de la oposición (marchas, paros y hasta un golpe de Estado) fue la serie de 49 reformas que propuso en 2001, en busca de una distribución más justa de la riqueza nacional, ya que en Venezuela, la desigualdad era enorme (más aún que en México). Entre estas reformas, las más atacadas fueron las conocidas como ley de tierras, que permite la expropiación de las grandes superficies ociosas y la ley de pesca, que impide a las grandes pesqueras arrasar con el producto de la franja costera hasta los 15 kilómetros.

En Venezuela, 80 por ciento de las tierras estaban en manos de 5 por ciento de terratenientes que, en muchos casos, no las explotaban sino que las utilizaba para especular. Gracias a esa ley, cientos de miles de hectáreas han sido distribuidas entre campesinos sin tierra, quienes ahora tienen posibilidades de una vida mejor, porque esta entrega de superficies laborables ha ido acompañada de una serie de medidas entre las que destacan nuevas formas de organización y apoyos agrícolas y financieros del gobierno.

En cuanto a la ley de pesca, permitió que cientos de miles de pescadores en pequeño pudieran explotar el producto costero sin competir con las grandes empresas transnacionales que han sido obligadas a realizar sus operaciones en aguas más profundas.

Se dice fácil. Solamente estas dos medidas cambiaron la vida de millones de venezolanos; aunque, en contraparte, los dueños de los medios de comunicación, acaparadores de capital, recursos y poder, como por ejemplo la familia Cisneros, que controló durante muchos años la televisión venezolana, han visto afectados sus intereses, claro, en beneficio de mayorías empobrecidas. Hoy, las concesiones de la televisión venezolana no serán otorgadas a grupos que quieran marchar en contra de esta socialización de la riqueza venezolana. Y hay muchas reformas en camino. Posiblemente mañana la legislatura apruebe una serie de nuevas leyes tendientes a la socialización del país.

A raíz de la nueva reelección de Hugo Chávez, se ha desatado una polémica acerca del carácter de su gobierno. Se preguntan muchos si se trata de una dictadura disfrazada o de una democracia con reelección. La cuestión no tiene una respuesta clara. El gobierno de Chávez es calificado por sus críticos como dictatorial, mientras que la gente que ha recibido los beneficios de sus reformas afirma que no hay duda de que se trata de una democracia.

Una cosa es cierta. Las medidas que ha adoptado Chávez no han dejado a nadie sin comer. En cambio, han permitido que cientos de miles de personas que padecían hambre cotidiana tengan acceso a la comida y a la educación. Es lógico que muchos miles lo apoyen a través de esos grupos de organización que son los comités bolivarianos. No hay forma de quitarles de la cabeza a esas personas que Chávez fue quien transformó su vida y les abrió las puertas a las oportunidades.

¿Es un bocón, un cínico, un duro? ¿Es un demagogo (palabra que, por otra parte, ha perdido sentido)? Tal vez, pero no hay duda de que logró que su país deje de entregar su riqueza y sus recursos a los grandes capitales, y que comience a dar pasos para equilibrar el hambre, la miseria, la injusticia social; para que la gente tenga más posibilidades de una vida mejor, más opciones para que las personas vivan y se realicen en su propio trabajo. ¿Es Chávez un impertinente, un loco? Habrá que preguntarlo a millones de venezolanos que ahora han accedido a una vida nueva.

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