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martes, noviembre 21, 2006

Crónica-comentario de la toma de posesión de AMLO como presidente legítimo de México

El pueblo proclama a su presidente legítimo

Jorge Gómez Naredo

Tomado de La Jornada Jalisco, 21/11/2006

Eduardo del Río, mejor conocido como Rius, patriarca de la caricatura política mexicana del siglo XX, estaba esperando en el club de periodistas a El Fisgón, Hernández y Helguera (todos caricaturistas de La Jornada), que no llegaban, ellos, los encargados de presentar su nuevo libro Votas y te vas. El público, apretujado ya, no dejaba de gritar: “Hoy, a las cinco, tenemos gobierno digno” y “Tenemos presidente”. No se equivocaban: en un largo 20 de noviembre, el México desde abajo gritaría todo su enojo y su fe, sus cuitas y sus expectativas, y al final del día se retiraría del zócalo con su presidente al frente, su jefe, su líder; con esperanza.

El centro de la ciudad de México, desde el sábado 19 de noviembre, parecía “pejetitlán”; el zócalo era, sin duda, un “pejebúnker”. Miles de seguidores caminaban por las calles 20 de noviembre, Madero, 5 de mayo, Juárez y Tacuba; los gritos improvisados no se hacían esperar: “Es un honor / estar con Obrador”... Había incluso marchas espontáneas, que salían, llegaban, volvían a salir y nuevamente llegaban; unos iban al campamento de la APPO, en la entrada de la cámara de senadores, para demostrar la solidaridad con el movimiento oaxaqueño. Eso pasó con los “bloggeros” (de varios estados de la república, incluyendo Jalisco), que encabezaron una manifestación con pancartas, gritos altos y sonoros: “Es un honor / postear para Obrador” (postear es subir a la red información, imágenes o videos), se repetía constantemente.

El zócalo, como en anteriores ocasiones, se llenó con los delegados de la Convención Nacional Democrática. Desde las tres de la tarde, más de la mitad de la mítica plancha capitalina estaba completamente abarrotada. A las cuatro, pocas personas podían ingresar a ella. Las calles 20 de noviembre y Madero se fueron llenando lentamente. A las cinco inició la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como presidente legítimo de México. Ni el frío, ni las nubes grises amenazando llover, ni los medios de comunicación que declararon, desde hace meses, la inexistencia de millones de hombres, nada, pudo evitar que a las cinco de la tarde millones de mexicanos gritaran y lloraran de alegría. Eran las cinco de la tarde, no como aquellas cinco de la tarde del poeta granadino Federico García Lorca, que anunciaba muerte y desolación. No, estas cinco de la tarde eran alegría, esperanza, bríos, júbilo. Sí, el México de abajo tenía a su presidente, a su legítimo presidente.

La imagen es clara desde la plancha del zócalo: la voz de López Obrador retumbando en los oídos de decenas de miles de personas, donde las hazañas se hacen posibles y las esperanzas se convierten en gigantes. Todo parece asible, asequible, cercano. Los poderes fácticos y la imposición se empequeñecen: la utopía aparece enfrente de cada seguidor y se dibuja una sonrisa, un “no pasarán”, un “sí se pudo”. Y no es para menos: más de dos años de guerra sucia, de desprestigio mediático, de discriminación y racismo no han logrado amainar las ganas de transformar al país; ni un fraude ni cientos de calumnias han podido sepultar las esperanzas. Las cosas van..., y van bien.

El primer discurso de López Obrador como presidente legítimo de México dejó ver, si no todo un sistema de acción, sí algunos puntos esenciales de su venidera gestión. El eje central, por el momento, será el congreso de la unión: enviará propuestas de ley a los diputados del Frente Amplio Progresista (FAP) para, de ahí, poder incidir en la realidad legislativa mexicana. Es decir, más que un contrapeso, será un gobierno que actúe desde la trinchera de las cámaras. Y todo tiene lógica. En México, debemos recordar, gobiernan tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Si se tiene presencia en uno, se podrán realizar reformas y tener influencia, siempre y cuando el PRD no se divida ni Cuahutémoc Cárdenas empañe la unidad buscada por largos años. Hay, además, una ventaja del gobierno lopezobradorista, pues a diferencia del que posiblemente encabece Felipe Calderón (pues no sabemos si llegará a tomar posesión), no está atado de manos por los intereses creados durante la campaña electoral. Si, por ejemplo, López Obrador envía (por medio del FAP) una iniciativa de ley para la cultura y la ciencia a la cámara de diputados, donde se beneficie la educación pública y la investigación, el PAN y el PRI, maniatados por intereses que buscan la privatización de la educación, se verán entre la espada y la pared, pues el pueblo se dará cuenta (a pesar del cerco informativo) de sus verdaderos intereses. Así pues, más que un contrapeso, el gobierno encabezado por López Obrador incidirá desde el poder legislativo y se verán, no lo dudemos, las grandes diferencias de proyectos de nación: por un lado el lopezobradorista, cercano al pueblo y, por el otro, uno de empresarios y para empresarios. ¿Verdad que sí gobernará? Otro campo de acción (quizá el principal a largo plazo) es la lucha en contra de las privatizaciones de los recursos naturales y de la corrupción; además de la batalla a favor de un estado de bienestar. Éstas serán consignas prontamente tomadas por el grueso de la población; y con el tiempo, la campaña mediática de desprestigio caerá ante el peso de los hechos.

Los analistas políticos cercanos al PAN y los presentadores de televisión demeritan un “gobierno legítimo” y le quitan toda visibilidad y viabilidad. Es más, se burlan de él (y, por ende, de millones de personas que apoyan a la CND y a López Obrador), un ejemplo es Carlos Marín, periodista gris y bravucón que a los cuatro vientos estigmatizó a millones de delegados con el nombre de “república patito”. Pero a pesar de ellos, en el zócalo, el 20 de noviembre, la revolución de 1910 volvió a nacer y la esperanza de un México más justo se agigantó, se hizo real, se transformó en posible.

Al finalizar la toma de posesión, la leyenda de la trova cubana, Silvio Rodríguez, a pesar del frío y de las indicaciones médicas de no exponerse al viento helado, entonó dos canciones y declamó otra. Cuando comenzó a tocar Ese hombre, entabló un diálogo con el público: “Hace un tiempito, el presidente López Obrador me dijo que le gustaba esta canción y que era algo que todos los políticos debían escuchar. En ese momento me dio la autorización para cantársela esta noche”. Los arpegios del trovador cubano comenzaron a escucharse y de su voz salieron las palabras: “Ese hombre que por hechos o dichos, es respetado tanto; ese hombre que por dichos o por hechos, es festejado tanto / debiera olvidar, que casi iba solo, cuando desnudó, aquella emoción, que ahora es de todos / debiera olvidar, que casi iba solo, cuando conquistó, el cetro que hoy, le ciñen a coro”. López Obrador escuchaba la música; a su lado, el pueblo vivía la canción y pedía, con sus miradas, un “no nos falles”.

Seguramente allá, en la llamada casa de transición panista, con un cerco de cientos de policías, rodeado de elementos del estado mayor presidencial y vallas y bardas y pistolas y macanas y gases lacrimógenos, Felipe Calderón estaría añorando ser querido, amado y respetado por el pueblo de México; desearía haber estado ahí, en el zócalo, rodeado por el pueblo y no por el ejército; lleno de alegría y no de tensión; pletórico de cordialidad y no de enemistad. Pero cada quien tiene lo que se merece, y aquél que se prestó a un fraude, no puede tener más que un mundo de murallas, donde pasear libre por una plaza pública junto a los ciudadanos resulta una amenaza, un verdadero peligro. Pero nadie pensó en Calderón; la derecha se quedaba, por un día, en el olvido. El 20 de noviembre era el día de López Obrador, el comienzo de una nueva lucha, de un pacto; era, ni más ni menos, la fe y la esperanza de un pueblo depositada en un hombre. Por eso no faltó quien, al acercarse al presidente legítimo de México, comentara a un familiar: “Si lo vi, tía, pero no lo alcancé a tocar”. El zócalo rugía: el presidente añorado por décadas había llegado.

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